EL DIABLO EN MI FUNERAL.
Se acercaba el día de muertos y Doña Evangelina humilde indígena de la Sierra de Puebla se preguntaba por qué todos pensaban en los muertos y Santos y nadie se acordaba de Luzbel, el Ángel bello de luz que fue desterrado del cielo y castigado en los infiernos, ella compadecida le ponía atrás de su humilde puerta un jarro de café y un cigarro pues humildemente se lo ofrendaba ella en su inocencia y su buen corazón pensaba en las desgracias de este.
Así pasó mucho tiempo y prefería quedarse sin comprar un pan o sin disfrutar de algo con tal de que no faltase esta ofrenda de su buen corazón, cierto día esta mujer cayó enferma y en cama quedó pero no tenían para comprar medicamentos, su marido mayor que ella no tenía fuerzas para poder trabajar y sus hijos se olvidaron de ellos para siempre.
Esta situación era triste, ver tanta pobreza no le permitía salvar la vida y no importó ser buena y noble de corazón, el pobre esposo lloraba por el fallecimiento y por su situación de extrema pobreza al grado que no le alcanzaba ni para comprar un ataúd, en el piso y sin flores velaban a la pobre anciana Evangelina.
A ese velorio acudió poca gente cuando de pronto se escuchó en el patio el trotar de un caballo a eso de las 11 de la noche, un elegante y rico hombre se postró a la puerta de la humilde casa y el viudo de Doña Evangelina abrió esta al oírlo tocar y quedó sorprendido ante tal presencia, pues este caballero se notaba de buena posición económica. Pero este mismo preguntaba por su amiga Evangelina, el pobre anciano le contesto:
-Disculpe caballero, la estamos velando ahora y no tengo nada que ofrecerle porque imagino que no ha comido pero veré que le ofrezco y será de corazón, en eso este jinete metió su mano a un morral que traía y sacó de ahí unas monedas de oro mismas que brillaron como la luz de las pocas velas que había, dándoselas al anciano le ordenó ir al pueblo más cercano y comprar un buen ataúd, muchas flores y velas, eso sí, le advirtió que comprara lo necesario y si le naciera, diera dinero a quien creyera con necesidades, pero que a la iglesia no donará nada!
El pobre anciano obedeció y compró lo necesario para el funeral e increíblemente le devolvía el resto de las monedas de oro a este hombre que no entraba al funeral solo permanecía afuera de la choza y se notaba triste y este le dijo:
-Quédate con el resto del oro buen anciano que yo no las necesito, esto es por su amabilidad y su nobleza porque a pesar de no tener qué comer nunca de mí se olvidaron y siempre me ofrendaron algo y cada vez que yo me aparezco o llego de mi reino es para reclamar un alma pero en esta ocasión vengo al funeral de mi amiga, así que no temas que no me llevaré a nadie, que vengo en son de paz, después este jinete ordenó comprar alcohol, cigarros, pan y se quedó afuera sentado junto a una hoguera con otros humildes campesinos que le hicieron compañía con los que fumo y bebió toda la noche.
Pero justo cómo a eso de las 04:30 am, que cantaron los gallos este se despidió y al momento de subirse a su impresionante caballo mostró su pata de macho cabrío y la otra de gallo ante la incrédula mirada de los campesinos se fue silbando por entre la oscuridad para jamás manifestarse en ese increíble pueblo de Acatlan de Osorio perteneciente al estado de Puebla, México.
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