A CINCUENTA AÑOS DE LA MUERTE DE JIM MORRISON: EL POETA AL QUE NIETZSCHE MATÓ

 El 3 de julio de 1971 Jim Morrison apareció muerto en la bañera de su casa en París. Tenía veintisiete años. La misma edad a la que pocos meses atrás habían fallecido Jimi Hendrix y Janis Joplin. “Estáis bebiendo con el número tres”, se dice que había afirmado en un bar a un grupo de conocidos cuando le habían comentado sobre esas muertes. Aunque, en el fondo, creyera que nunca le pasaría nada. Que seguiría siendo joven, fuerte e inmortal. Ese “rey lagarto” que podía hacerlo todo. Pero ese 3 de julio su corazón no lo resistió más y quedó allí, inerte, tras una noche de excesos. Sería su novia Pamela Courson quien lo encontraría a la mañana siguiente.

Jim Morrison había encarnado como muy pocos la rebeldía y la libertad de los años sesenta. Pero lo había hecho desde el lado de la contracultura y tratando de no seguir ningún convencionalismo. Una anécdota: cuando al terminar sus estudios sus padres le preguntaron qué regalo quería, este les pidió las obras completas de Nietzsche. Autor al que leyó siempre con avidez, como también a otros muchos que le permitieron configurar su mundo, especialmente, los escritores de la Generación beat. A la música llegó, sin embargo, por casualidad; cuando estando en la playa de Venice, a la que había ido para escribir poesía, se encontró con un compañero de universidad llamado Ray Manzarek. Fue entonces cuando Jim le cantó “Moonlight Drive” y decidieron formar una banda que acabó llamándose “The Doors”.
De este modo Jim encontró un modo de desarrollar sus talentos compositivos y construir su arte. Aunque, siempre, aupado por sus compañeros. No conviene olvidar, por ejemplo, que su primer gran éxito, “Light My Fire” lo escribió al completo su guitarrista Robbie Krieger; ni tampoco que esas canciones dependían mucho de los ritmos de batería de John Densmore y, sobre todo, del teclado de Manzarek, que dio a la banda un sello original y distintivo.
Pero eso no quita que Jim fuera el líder de The Doors. Él era el hombre que hablaba en las entrevistas. El hombre polémico al que buscaban los periodistas, deseosos de arrancarle un titular. El hombre que representaba la desobediencia. Que había escrito las letras irreverentes de “The Unknown Soldier” o “Five to One” y de una serie de temas con que se atrevió a tratar cuestiones prohibidas o poco exploradas. “The End”, por ejemplo (que, por cierto, volvería a popularizar años más tarde Francis Ford Coppola al emplearla en Apocalypse Now).
Esa canción acabaría simbolizando el fin del propio Jim. Sobre todo, la frase que decía: “Mi único amigo, el final”. Y es que así fue su última noche. En París, alejado de todo, y bajo unas circunstancias que acrecentaron su leyenda, pues, en realidad, nunca quedó clara la causa de su muerte. El médico que le trató dijo que había sido un infarto, pero nunca se le realizó una autopsia. Y esto alimentó rumores y posibilitó numerosas historias. Una de ellas decía, incluso, que Jim había fingido todo y que algún día regresaría y contaría la verdad. Puede ser una imagen en blanco y negro de 2 personas y barba
Su novia Pamela, a la que había dedicado varias de sus letras, heredó todos sus bienes. Ella fue la que dio los poemas inéditos de Jim a Michael McClure para que los publicara. Y siguió llamándole su marido, aunque nunca se hubiera casado, hablando de él en presente, como si estuviera vivo. Sin embargo, no fue así por mucho tiempo. Porque, antes de que pasaran tres años Pamela falleció como consecuencia de una sobredosis. A los 27 años, como él.
Así vivió Jim Morrison. En un camino que le llevó a ser ese “rey lagarto” salvaje que desobedecía y se rebelaba contra todo. También, contra sí mismo. Como dijo Ray Manzarek en una ocasión: “Nietzsche mató a Morrison”. Porque, en su experimentación constante, en su deseo de romperlo todo, en su deseo de filosofar a martillazos, realizó un doloroso viaje, muchas veces desde la soledad, que le pasó la peor de las facturas. Aunque le quedara, al menos, el aura de inmortalidad, poesía, música y belleza de su arte. Y quedara, para la historia, siempre joven.

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